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Capítulo 23: Enero, 2017

January 01, 2017 - 1188 words - 6 mins Found a typo? Edit me

Falsa libertad

Con tendencias entrópicas a las que la vida parece estar dispuesta por su culpa, por su falta de predisposición y por no poner en cuestión el quedarse desnuda por completo en un instante para percatarse de la “nada” por la que esta puede llegar a estar rodeada.

«Desnudar el alma» no es más que el proceso de la completa sinceridad desde y para nosotros. Un entendimiento puro es imposible a ojos de aquél que sea hipócrita por interés.

Actuar con la mano derecha esperando que la izquierda no se entere no es más que el acto más impuro que podríamos hacer a nuestra conciencia; condenados a perpetua por ello hasta que la vida —en su divina injusticia— dicte sentencia.

La comprensión máxima a la que el hombre extraordinario debe aspirar no puede quedar mermada por necedades absurdas e inconexas, donde las excepciones y excusas parecen ser las protagonistas, y los pilares de la razón y su sentido se ven nebulosos los días con viento favorable, cuando no en completa oscuridad.

Hipocresía es querer pensar como ridículos: por su sinsentido y sus notables incoherencias. Es querer mentir y denigrar nuestro poder y nuestra confianza. Es querer no servir de ejemplo con nuestros actos. Es contradecirnos para posteriormente ni decirnos que lo estamos haciendo mal. Es no atrevernos a ser como realmente quisiéramos, así como pensamos y «predicamos». Aquél que sirva de ejemplo que tire la primera piedra. ¿Ejemplos de qué?

La importancia de una conciencia limpia es fundamental para alcanzar la plenitud con la que ilusamente todos soñamos. Somos responsables de nuestros actos, así como de nuestras omisiones. Uno de nuestros principales problemas es que tendemos a omitir aquello de lo que somos consecuentes, ahí es cuando nuestra libertad, en nuestro mundo «justo», queda limitada sin aparente entendimiento por nuestra parte: eludir nuestras responsabilidades nos privará de autodeterminación, ¡pues falsa libertad es lo que tendremos!

Falsa realidad cuando creemos ser alguien sin serlo, sin autoridad ni derecho a ello. Sin pruebas que puedan certificar nuestra palabra. Seremos libres en proporción a nuestras responsabilidades. ¡A demostraciones me refiero! Pues no somos más que la representación presente de nuestra intención sincera de cara al futuro ligado, por encima de todo, a nuestro pasado.

Fingir vivir sin obligaciones en un mundo justo es, aparte de hipócrita, estúpido. Pues negarnos a ser conscientes del desorden que, día a día, nos rodea, es como querer no salir a ver el sol prefiriendo sombras y oscuridad en la cueva.

Es rechazo por mi parte a aquellos que tras escuchar el mito de la caverna pensaron: «Malditos ellos que mataron al que vió el sol, pues lo tomaron por loco cuando éste lo único que quería era compartir con sus prójimos la verdad tras la misma: la luz y el sol como evidencias». Aquéllos que se conformaban con las sombras y oscuridad, aquellos asesinos de la sinceridad y el progreso. Ellos no merecen mi respeto. A todos aquéllos que tras el mito muestran su descontento hacia algo que luego repiten en su cotidianidad con excusas vanas o suspiros engañosos; falsos testimonios y seducciones cancerígenas llenas de falsedad: hipocresía.

¿Libres para qué? ¿Libres para procurar una vida repleta de cinismos como algo natural? Cuando la verdad se trata con disimulos, con intereses subjetivos…, la libertad queda reducida a su mínimo sentido, pues nuestra libertad no es sólo nuestro margen de movimiento externo, sino también interno.

Seremos más libres cuanto más nos conozcamos y más nos pertenezcamos. Nuestra autodeterminación es fundamental para conocer nuestra voluntad de poder. Nuestra confianza, atrevimiento, osadía, intención, voluntad…: éstos serán los medidores de nuestro grado de libertad.


Vivir ocupados

No debemos vivir preocupados, sino ocupados y no descuidados de nosotros mismos.

Ocuparnos de nosotros el tiempo que haga falta con objetivo principal de encontrar aquello que realmente deseamos. ¿Qué podríamos desear acaso más que nuestra propia dedicación hacia aquello que realmente querríamos? Pues ¿quién en su sano juicio no desearía ocuparse de sí mismo para consigo? Me refiero al sano egoísmo de nuestro deber.

En busca de nuestra plenitud nos movemos con miedos, así como posibles recelos, de todo aquello que no queremos entender. Temores inciertos que nacen de desconciertos, pues nadie nació sabiendo cómo querer.

¡A nosotros, ansiosos de vida, me refiero!
¡No dejemos escaparnos tan fácilmente!
Basta hacer uso de nuestro consciente
para crear con ello nuestro sendero.

Mucho menos cuando uso de razón aún tengamos
aunque a veces parezca ser sólo inconsciente.
A los ciegos de actitud me refiero especialmente,
pues no es cierto que estemos atados de manos.

Lástima por los cegados de voluntad, empeñados en tropezar en la misma piedra una y otra vez. Pena por los obstruidos, aquéllos cuyo deseo tiende al no ser, compartiendo su misma sensación hacia el resto, que tiene que aguantarlos sea como fuere, infectando a cualquier persona en su medida de lo posible.

Solo disgusto y pena por todos aquellos que rechacen su poder, así como su deber de ser, pero, sobre todo, del querer ser. Amar nuestras pasiones no puede ir desvinculado de la ocupación de las mismas: existir con un sentido único que nos identifique ante el resto, que día a día contemplemos, debe ir ligado a la actividad de la misma sin caer en el intento de evasión, impidiendo que nuestra sinceridad se sincere con nosotros.

La verdad sea dicha: encontrar el equilibrio de nuestra ocupación por nosotros, nuestro primer cometido, es la base donde radican los cimientos de nuestro sentido. Es, por tanto, nuestra motivación hacia cualquiera de nuestras metas aquello que marcará de forma notable un antes y un después, en la medida de la seriedad que para nosotros mismos tengamos.

Sernos fieles de pensamiento y de obra para evolucionar cada día más, aspirando algún día a querer realmente ocuparnos de nuestra vida para llegar a ser quienes queremos ser.


La importancia

La misma disposición a la importancia del todo, de los momentos, así como de sus ausencias; consideración hacia aquello que nos rodea, así como a la nada que nos podría abordar en cualquier momento.

El interés hacia aquello que deberíamos valorar por encima de todo en ninguna magnitud medible. Me refiero a aquello que deberíamos considerar en auge hacia su plenitud como entidad trascendente desde la nada hacia el todo. Nuestra vida en sí misma y su proporción de envergaduras y tendencias tan dispares, abstractas y elocuentes como a sí misma se disponga.

La seducción retórica de su abstracción e idealización como aquello a lo que aspiramos sin recelos, pero sobre todo sin miedos más allá de los que las situaciones en sí mismas nos vayan presentando.

No habrá por qué temer a la meditación espontánea con aromas de veracidad, pues estará siempre esperándonos.

La magnitud del todo que tiende a la insignificancia, a la ignorancia por deseo, a la vacuidad de su sentido, a la frivolidad de su importancia.

La repercusión de nuestro interés, de la eficacia de nuestro alcance, de la magnitud de nuestro deseo, de la seriedad de nuestro compromiso…

«¿Cuánto valemos?» es la pregunta.
«¿Cuánto vales?» es la respuesta.

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