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Capítulo 21: Noviembre, 2016

November 01, 2016 - 776 words - 4 mins Found a typo? Edit me

Dulces recuerdos

Paciencia y sosiego.

No es difícil darnos cuenta de que todo es continuo cambio, siempre y cuando queramos realmente ser partícipes de ello.

Sentir que todas estas aventuras, en todo este tiempo, no han sido más que fruto de la necesidad circunstancial en la que nos hemos visto rodeados. Y nosotros, intentando superar toda adversidad sin mayor guía que la dureza, así como espontaneidad, de aquélla que tanto nos sorprende días tras día: la misma vida. Sin lugar a dudas, seremos nosotros aquéllos que tendremos la última palabra sobre nuestro ser y sus decisiones para su posteridad.

Por aquellos recuerdos que aún nos persiguen y viajan con nosotros allá donde vayamos. Cuidarlos en la medida de su valor, alentarnos para mejorar junto a los mismos, pero sobre todo comprender que de ellos somos fruto el día de hoy, pero no necesariamente el día de mañana.

No descuidar nuestras aspiraciones, aquellos deseos que tanto anhelamos, aquella referencia que tanto pudiéramos echar en falta… Mirarnos y reconocernos sin necesidad de espejos. La realidad a veces parece tan distante y diferente a como nosotros creemos que debería ser, pues observarnos sin motivo nos alejará inevitablemente de nuestra esencia.

Memorias aún a la espera de su nacimiento. Sed de reflexión, pero sobre todo deseo de llegar a construir la mejor versión de nosotros mismos. Hasta el fin de nuestros días. Deseando para entonces una amarga despedida, pero inevitables y abundantes dulces recuerdos.


Incluso

Cuando los planes se tornan tan irreconocibles que incluso poder aceptarlos se vuelve todo un reto en su complejidad.

Admitir el porvenir incierto es tan complicado que incluso el mismo futuro se asustaría con sus imprevistos.

Sorpresas no tan gratas y tan inevitables que incluso a nuestro mismo destino alarmaría por su tan inadvertido y posible adocenado mañana.

Oportunidades ciegas que junto a versos indiscretos se sorprenden día tras día tras sus venturas, algunas tan incontrolables y otras tan repentinas que incluso dormir sin sueños, vivir sin aspiraciones, tiende a la normalidad disconforme. Yo soy esas oportunidades ciegas. Yo soy esos versos indiscretos.

Sospechas inseguras y alarmantes hasta que el momento llegue y la realidad sorprenda con crudeza firme —y seguridad inquebrantable— sin importar lo más mínimo nuestro posible descontento.

Discrepancia inevitable. Disconformidad frente a aquella situación que nos parece superar con demasiadas creces. Conmoción aún por asimilar.

Adaptarnos frente a todo aquello que aún esté por llegar. «Quien tropieza y no cae, adelanta terreno».


Nuestro mayor error

Los dos mayores errores humanos: la denigración religiosa y política a la que nos hemos conducido. Y digo dos, cuando podría decir uno; podríamos abstraer estas ramas, tan distantes como ligadas, en una única fantasía que vela por el bienestar de uno mismo.

¿Qué es la religión sino la utopía espiritual por excelencia?, no siendo concluyente, sino adaptativa conforme a las tendencias temporales, así como culturales, en las que como seres racionales hemos ido evolucionando. Y ¿qué es la política sino el ideal administrativo de lo público con el cual parece que estamos obligados a coexistir?, pues somos y seremos seres colectivos.

Tanto la política como la religión han ido siempre de la mano, en mayor o menor medida. Y no me refiero a que estén ligadas entre sí superficialmente, a pesar de que históricamente así haya sido. Incluso aunque hoy en día intentemos desvincularlas, este ligamiento va más allá de una aparente simple conexión.

La religión, como la política, son el reflejo del fracaso de nuestro intento por lograr entendernos como iguales. Es la evidencia más pura de nuestra impureza. Es el manifiesto de nuestra realidad, así como de nuestra falta de entendimiento hacia aquello que no es nosotros.

Tanto la religión como la política no son más que utopías inalcanzables entrelazadas entre sí. Sin un final evidente ni claro. Son el problema sin solución; la paradoja de su lógica, pues estaremos forzados a tener que lidiar con estos temas hasta el fin de nuestros días.

No estoy afirmando que tanto la política como la religión sean innecesarios sin sentidos. Declaro que estaremos equivocados en la afirmación del tener la razón en cualquier utopía. La política es necesaria: de ahí que sea el reflejo de nuestra falta de entendimiento. Así como la religión es también la evidencia de nuestro atraso como seres racionales.

La política, al fin y al cabo, vela —o debería hacerlo— por nuestro bienestar como seres colectivos. Sin embargo, la religión ha abusado de la ignorancia, de aquéllos que quisieron como de aquéllos que no tuvieron otras opciones.

Será, por tanto, nuestro mayor error cualquier creencia dispuesta —incluso predispuesta— en cualquier utopía.

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