profile picture

Capítulo 11: Enero, 2016

January 01, 2016 - 5263 words - 27 mins Found a typo? Edit me

Ambición en un sueño

Ambición es querer más y mejor; es no rendirse, y mucho menos por cualquier cosa.

Ambición por cambiar, aprender y disfrutar creciendo, rompiendo continuos esquemas de verdades a medias. Incluso enteras. Verdades espejismo. Verdades…, ¿cuáles de ellas? ¿Somos acaso nosotros verdad? ¿Cuánto de verdad hay en nosotros?

Ambición por reír y sonreír cada día. Por todo…, por cualquier cosa. Aprendiendo a disfrutar de cada momento, sea salado o dulce, amargo o picante; todos tienen cabida. Al fin y al cabo, todo es cuestión de gustos y entendimiento. Entendimiento y razón, donde la ambición se hace más presente. Donde los versos pueden converger sin tanto miedo como a veces nosotros podríamos temer a la misma vida.

Ambición a la vida, nuestro más preciado regalo, y a nuestro sueño. Nuestra capacidad lógica que nos permite discernir la ilusión de la verdad, la vida de un sueño y los sueños de la verdadera realidad.

Ambición por vivir, por crecer, por reír, por soñar, por hacer, por unir, por crear… Ésta debería ser nuestra verdadera realidad, nuestro proyecto como mortales, pues, al fin y al cabo, sólo quedará aquello que hayamos sido.


Renuncio a Dios

¿Existe Dios? ¿Cómo puedes atreverte a afirmar la existencia de un Dios? Yo lo sé: la ilusión de la ignorancia. La ilusión del desconocimiento y del sentimiento por encima de la razón.

Sin prueba real alguna más allá de las ilusiones individuales, de la necesidad de crear un Dios «por nuestro bien» para acentuar los límites del bien y del mal, pues los cobardes no se atreven a delimitarlos por ellos mismos. Necesitan apoyarse en una idea divina superior a ellos. Se caerían de lo contrario, pues son débiles, además de miedosos, en su realidad.

¡Muéstrame una prueba real! Demuestra al mundo dónde está tu dichoso Dios, demuéstramelo a mí. No he visto más que palabrerías al respecto. No he escuchado más que creencias en vano y experiencias personales sin valor objetivo, especialmente sin posibilidad de ser demostradas. Más allá de aquél que quiera tener creencia en algo inexistente.

Tener fe es querer desconocer. No atreverse a pensar con causa y conocimiento. No atreverse a ser Dios es lo que les induce al fracaso en su creencia y al miedo a su responsabilidad, así como libertad.

Denuncio al falso único Dios y a todo aquél que lo alimente en su cobardía, pues somos nosotros los dioses de nuestra vida. La prueba es bien sencilla: abre los ojos y mira a tu alrededor. ¿Qué puedes ver? Mírate las manos. Atrévete a ser consciente de tu poder, de tu sabiduría, de tu pasado…

Piensa en tu futuro, en lo que está por venir, en todo lo que tienes por delante. Sueña estos segundos con tu tiempo, respira despacio y disfruta de ello porque estás siendo realmente Dios. Lo más grande que existe en tu vida: simplemente tú.

Renuncio al único Dios que nos venden, ya que no hay más Dios de uno que uno mismo. Mírate frente a un espejo por unos instantes, ¿qué puedes ver? ¡Ahí está Dios! ¡Necio! ¡Somos nosotros! ¡Pues nosotros existimos!


Mis propósitos

Está sobradamente generalizado que en los comienzos de cada año se presenten ciertas propuestas para realizar en este nuevo entrante. Sin ir más lejos, hoy es el octavo día de este nuevo año y, desde hace varias semanas, uno de los temas principales de los que hablar son las «propuestas» para este año nuevo.

Por supuesto que es un tema importante, donde animarnos a fijar metas a corto y medio plazo se hace más notable, pero creo que deberíamos hacer algo distinto. Creo que podríamos hacerlo diferente: mirar desde otro ángulo para resaltar el verdadero propósito de nuestras sinceras intenciones.

Nuestras principales resoluciones tienden a ser poco originales. Repetitivas, año tras año. La imaginación se aburre si no juega y no crea, pero sobre todo si no se divierte. ¿Por qué nuestras resoluciones son tan efímeras? ¿Realmente conseguimos alcanzar nuestras metas fijadas estos días del año tan tempranos?

Visualicemos esta misma situación desde otra perspectiva, juguemos con nuestra realidad. Está genial fijar nuevas metas a alcanzar en este año entrante, pero yo prefiero pensar en dónde estaremos el siguiente. Plantearme unos propósitos en un largo plazo. Pensar dónde queremos estar realmente de aquí a dos, tres o incluso cuatro años. Las resoluciones de este año que acaba de comenzar son demasiado sencillas: simplemente disfrutar de él mientras luchamos por convertirnos en nuestra mejor versión.

Nos referimos al proyectar de nuestro futuro, a hacer de cada despertar un propósito en sí mismo, a focalizarnos y mentalizarnos en aquello que realmente tanto ansiamos.

Cambiar los efímeros días a increíbles experiencias. Llenos de vitalidad, fuerza y energía en la búsqueda de nuestro verdadero Yo. A disfrutar en nuestro camino y a encontrar la forma de sentirnos correspondidos, especialmente con nosotros mismos.


A veces

A veces la vida puede parecer extraña, especialmente cuando todo ocurre de distinta forma a como teníamos planeado o pensado.

A veces podemos sentir que no seremos suficientemente fuertes, como si hubiéramos perdido toda nuestra fuerza, o que simplemente ya no queremos continuar más en este juego, el cuál parece que no tiene ningún sentido.

A veces podemos sentirnos realmente mal. Todo lo que hicimos no fue lo que realmente queríamos hacer o el futuro que nos espera parece no tener mejores opciones.

A veces podríamos preguntarnos: «Pero… ¿para qué? Cada día es lo mismo y va a peor. No puedo hacer nada. Esto no funciona, esto está mal…, yo sobro aquí. Nadie podría entenderme». Es normal. Todos hemos pensado estas cosas al menos una vez, especialmente en nuestra infancia.

A veces podemos equivocarnos. ¡Equivocarnos he dicho, por supuesto! ¡Despierta! Somos humanos, ¿qué te pensabas? Podemos llegar a ser increíbles, especialmente porque podemos llegar a demostrarlo. Y no es ciertamente complicado: lo único que necesitamos es paciencia con nosotros. El resto vendrá por sí mismo. Necesitamos simplemente tiempo.

¡Disfruta de tu vida haciéndola única!


Ojos en un recuerdo

Sentir cómo crecen y maduran nuestras ideas, con ansias de lectura y aprendizaje. Sentir el cansancio fruto de una vida activa y llena de vitalidad y energía como se merece. Sentirnos como parte vital de un conjunto, así como parte individual de un todo.

Lleno de emociones y de ideas alocadas que suspiran por nacer. De noches en vela en las que el no soñar está prohibido, donde ellas son las protagonistas de nuestra historia. Si en cualquier momento nos vemos sin ellas, es cuando deberíamos asustarnos y corregirnos rápidamente.

Extrañar un joven fugaz y soñador, pero carente de valentía. Extrañar no haber estado ahí para haberle dicho lo equivocado que estaba y lo mucho que valía. Que era importante y que por momentos lo sería aún más. Que cada día de su vida sería un antes y un después en sí mismo.

Añorar una tierra más cálida que fría, pero tampoco demasiado, y no por la tierra en sí misma, sino por lo que en ella había. Desear ver con otros ojos nuestros recuerdos, nuestra familia, nuestro pasado, nuestro hogar, a nosotros en aquella época tan disparatada…, para poder hoy afirmar estar tan satisfechos…

Viajar. Vivir alejados de todo lo que siempre teníamos a nuestro alrededor nos ha hecho más conscientes de todo aquello que hoy en día tenemos presente, de lo efímero que es todo en general y de lo valioso que pueden llegar a convertirse las pequeñas cosas en particular, y no me refiero simplemente a meros detalles: grandes amistades en la distancia, hermanos pequeños que aún necesitan ayuda para no acabar perdidos, donde la risa aún se alcanza y la esperanza en todo éxito florece en cada consuelo y experiencia.

Recuerdos en un futuro incierto pero certero. Sueños en la inmensidad de los deseos, donde cada pasaje puede brillar sin miedo alguno hasta su plena transformación, dejando por siempre de lado la ficción para convertirse en plena realidad.

Comenzar a plasmar, a crear de donde antes no había nada. Reutilizar, reinventar nuestras ideas y pensamientos, improvisar con todo aquello que no se deje. Romper con las ideas vanas de inferioridad, pero, sobre todo, con el «tú no podrás».

Hermoso detalle el que tuvieron y tuvimos con nosotros hace unos años aprendiendo a ajustar la vela de nuestro barco al viento para que no acabe rompiéndose por mucho que éste sople… Por muy difícil que algo pueda parecer, nada será imposible de guardar por nuestros ojos en un recuerdo.


Donde comienza el éxito

El éxito comienza en uno mismo, en creer haberlo alcanzado antes incluso de haberlo hecho. No por falsas esperanzas, sino porque todo debería apuntar a que así será.

Por supuesto que existen probabilidades de que aquello fijado no se alcance en su totalidad, pero no debería ser por nuestra culpa. Nosotros deberíamos haber apostado y trabajado dura y plenamente en ello.

El éxito es, en parte, matemático: cuestión de probabilidad. Como las calificaciones en un control cuando éramos jóvenes: las puntuaciones de los mismos no medían las capacidades reales respecto al resto de compañeros. Lo que medían eran las probabilidades que existían de nuestro éxito: cuanto más se estudiaba, más probabilidades teníamos de alcanzar una mayor calificación.

Con el éxito en la vida es lo mismo: que luchemos más por obtener una mayor nota, por conseguir aquello que más deseamos o por lograr alcanzar nuestras metas no quiere decir a ciencia cierta ni nos puede asegurar en su totalidad que lo alcanzaremos; pero sí que aumentaremos las probabilidades de que ello ocurra. Siendo posible incluso aprender a controlar ciertas probabilidades, haciendo que éstas tiendan al máximo.

La vida es demasiado compleja como para jugar a su juego. Es demasiado complicada como para hacerle caso. Buscar la felicidad en las dificultades de la misma sin esforzarnos es excesivamente difícil. Por ello debemos crear y aplicar nuestras normas, en su simplicidad, para alcanzar el éxito y, por tanto, nuestra felicidad.


Harto

Sin duda alguna, creo que si preguntáramos a personas cercanas a mí, todos coincidirían en un adjetivo, al menos, común para describirme: paciente. Me considero una persona con una importante paciencia. De hecho, es, sin duda, una de mis principales virtudes: saber que el tiempo no se detiene y que todo acaba siendo alcanzado por el mismo.

¿Por qué soy así? Simple. Estoy harto de escuchar lo poco que valemos o lo poco que somos. Años y años escuchando los mismos sin sentidos. Palabras y situaciones ridículas, demasiado obvias a mi parecer actual, que en su día creí como un ignorante engañando cuando aún no éramos conscientes siquiera de quiénes éramos ni dónde estábamos.

Primero en una iglesia, en unas creencias anormales más que paranormales, típicas de enfermos y carentes de sentido. Miedosos, pero sobre todo engañados a sí mismos. Donde la hipocresía, los celos y todo aquello de lo que tanto se quejan estos cobardes acaban siendo los primeros rasgos en ser desmentidos. «Por sus actos los conoceréis», dijo un personaje que a más de uno le resultará popular; y no le faltaba ahí razón alguna, pues no hace falta fe ninguna para ser feliz. En absoluto. Lo que hace falta es una buena educación donde unos buenos valores de convivencia y respeto mutuo, así como superación personal, estén presentes, y no confesionalidades estúpidas donde todo lo malo y lo incorrecto —según el libro que estemos leyendo— queda previamente establecido, como si de un juego de rol se tratase.

Y segundo en un «castillo», donde el punto anterior primero resalta, destaca y brilla tanto… que llega a abrasar más que diez soles juntos. Donde aprender a sobrevivir se convirtió en el pan de cada día. Donde los recuerdos quieren desaparecer. Donde empecé a descubrir el valor de mi verdadera familia, así como de mis vecinos y de la gente que, día a día, me rodeaba.

Acabé harto de escuchar tantas idioteces sin sentido juntas… que tuve que aprender a ser paciente por obligación impuesta a mi mismo. Como necesidad. Acabé harto de que no se valorase aquello que realmente lo merecía.

—¿Y quién o qué es aquello que realmente merece ser valorado? ¿Todo el mundo, acaso? Pero, sobre todo, ¿en qué medida?

Claro. Evidentemente, todo el mundo merece ser valorado, pero no todo el mundo por igual. Unos valen más que otros. No somos iguales. Todos somos diferentes, ahí está la gracia y parte de nuestro sentido. Es parte de nuestra historia y de nuestro futuro. La monotonía nunca fue nuestro propósito final ni tan siquiera primero.

Estoy harto de que no se valore aquello como realmente merece serlo. Y medir dicha valoración es bien sencilla, así como personal. La respuesta a la anterior pregunta la podremos obtener fácilmente, además de ser apta para todos los públicos. Lo único que necesitamos es tiempo, esfuerzo y una sincera autocrítica. El resto es simplemente paciencia.


Ironías de la vida

Morder la mano que nos da de comer.

Ironías de la vida es que, gracias a «oír, ver y callar», se aprenda a desear gritar a los cuatro vientos y a pensar con mayor claridad. Desear que todo fuera un sueño del cual querer despertar, para acabar añorando toda una infancia que jamás volverá.

Ironías de la vida es aprender a trabajar, largarse de casa y querer de nuevo comenzar. Desear cursar de cero buscando otra oportunidad mientras se extraña todo un tiempo que jamás regresará.

Pertenecer sin querer.

Ironías de la vida es obligarse a ser mayor, a despojarse de una niñez que jamás existió; desear en ocasiones no haber nacido para acabar amando aquello que tanto se odió; acabar amando la vida, demostrando al mundo lo equivocado que se vivió.

Ironías de la vida es acabar luchando a muerte, enfrentándonos sin miedo a todo aquello que pudiéramos temer; desear que todo terminase de una vez por todas; nadar contracorriente y contra todo pronóstico, malamente predispuesto por unas autoridades equívocas; no poder cuestionar sin previo permiso.

Ironías de la vida es subir unas escaleras prohibidas bajo las autoridades más malvadas, erróneas y ruines jamás encontradas. Serpiente mala, miserable y bellaca; su ironía será su condena durante su espera. Que disfrute cuanto pueda, indiferencia es lo que para ella simplemente por mi parte queda.

Ironías de la vida es nuestro arte, tanto efímero en un instante como temporal en un recuerdo. En mi reserva quedará todo aquello que no escriba. Interprétese como se quiera. Nada será para ti sino mi olvido.

Ironías fuiste tú y todo lo que fue contigo. Gracias, ahora te digo, por haber sido testigo y participado en la creación más bella que jamás pudimos realizar: a nosotros, por supuesto, me refiero, tanto a mí como a mi Yo. Pues no habrá mayor ironía en esta vida que el mero hecho de sentirnos mínimamente agradecidos por alguien tan poco merecido como pudiste en su día haber sido.

Gracias. A tu ironía, le digo.


Que no morir

Jugar con la muerte, que no morir. Somos la personificación de nuestra experiencia, de lo que nos intentaron enseñar y de lo que realmente aprendimos.

No es nuestro miedo a crear, sino a ver destruido aquello que creamos, ya sea por el simple paso del tiempo, por el transcurso de la temporada o por nuestro fin existencial como personas.

Jugar a ser nosotros mismos, que no morir. Huir de lo aburrido, ya sea simple o complejo. Tentar a la suerte en su justa medida. En nuestra naturaleza está escrito: «Nuestro tiempo no regresará. Jamás».

Somos perfectas abstracciones de nuestra única realidad. Desde nuestra más sincera complejidad hasta nuestra más absurda sencillez. Realidad donde la nada y el todo podrían converger sin recelos. Donde nadie es nada y todos somos todo al mismo tiempo.

Sería tan aburrido hablar siempre de lo mismo, hacer siempre cosas semejantes o no pensar en nada nuevo… Debemos evolucionar, mejorar nuestros pensamientos y nunca dejar de creer en nuestra persona; como Dioses de nuestra única realidad que somos.

Jugar con la muerte, que no morir. Plantar cara a la vida sin miedo a nuestra evolución, a nuestro poder, a nuestro verdadero ser: a nuestro Yo.

No seremos aptos para el mundo si no estamos predispuestos a estarlo. Somos tanto y tan poco al mismo tiempo como decidamos. En nuestra valentía se esconde nuestro verdadero poder: el poder de cambiar el mundo, nuestro mundo. La cobardía no es más que un síntoma nacido de la falta de confianza. Un síntoma que revela la ausencia de voluntad de poder cuando se debe y se tiene, y la carencia de su conocimiento en sí mismo.

Nos referimos a una cobardía personal e individual. Cobardía en no atrevernos a ser, en no decirnos la verdad por miedo a tener que afrontarla. A veces es nuestro miedo al mismo miedo lo que no nos deja vivir. ¡No podríamos estar más equivocados en nuestro temor!

¡Miedo a morir sin haber vivido, que no a morir!


Cansado

A veces estamos cansados. No es normal en nosotros, pero hay que entendernos. No es algo malo, en absoluto. Se trata simplemente de un síntoma de necesidad de pausa, de sosiego acompañado de reflexión como el que estamos teniendo ahora.

Acostémonos. Leamos un par de horas hasta que no podamos más y durmamos en un sueño profundo. De esta manera ayudaremos a nuestro cuerpo, así como a nuestra voluntad, a reponer todas las fuerzas que necesitamos para que, cuando despertemos, sonriamos como de costumbre.


Se me eriza la piel

Se me eriza la piel cuando en nosotros pienso. En la inmensidad dentro de nuestra inquietud. En ese momento único que parece inmortal cada segundo que dejamos pasar frente a nuestra mirada.

Se me eriza la piel cuando en nuestro futuro pienso. En nuestra vida por delante, en cada segundo, en cada instante que, junto a nuestra persona traviesa, dejamos reposar. Disfrutando de ese instante compartido que a nuestros ojos nace únicamente para ser vivido.

Se me eriza la piel cuando con nosotros sueño. En nuestros momentos vividos y aún esperados. En los momentos compartidos, así como dejados; que nunca son divididos aunque puedan ser anhelados.

Se me eriza la piel cuando para nosotros escribo. Con tendencias poéticas en la misma me refiero. Buscando rimas de la nada hasta que genero, y el resultado en mi mente en ocasiones concibo.

Se me eriza la piel cuando con nuestro pasado juego. A veces en nuestro idioma procuro, más no soy nadie si no maduro, aventurándome incluso con fuego.

Se me eriza la piel cuando con nuestros sueños pretendo. Sin envidiar ciertamente ser nadie, pues seré yo el único que irradie hasta que quede finalmente durmiendo.

Se me eriza la piel cuando termino, cuando empiezo o cuando adivino en cada instante de este tiempo, del que procuro no arruinar. Lo que sí es verdaderamente apasionante es que, a estas horas de la madrugada, sigamos nosotros aquí delante.

Se me eriza la piel cuando en nosotros pienso, cuando contigo sueño, cuando para ti escribo o, simplemente, a tu lado juego.


Inseguridad necesaria

Nos referimos a una inseguridad innecesaria, fruto de un árbol mal alimentado. Donde la tierra ha sido abonada con continuo desorden en un área de escasa vida y de abundantes ironías.

Donde las metáforas florecían por sí mismas sin que nada ni nadie pareciera regarlas, junto a una continua lluvia de desesperación y desconcierto. Donde el término de identidad se desvanecía día tras día y nuestras raíces deseaban ser arrancadas de cualquier forma para migrar a otro lugar.

Sin importar el modo ni la fecha, pues la noción del tiempo se perdía entre horas e incluso días, esperando a que algo cambiara implicando alguna mejora, pues peor riego y abono que el que tomábamos sería todo un reto en su dificultad.

La cosecha obtenida de un mal riego tiende a ser mal fruto.

Pero lo gracioso en este juego de palabras es precisamente que pudimos aprender a ser regados por nosotros mismos. Aprendimos, al menos, a cambiar de abono. Regarnos con distinta agua cada día, experimentar y probar; quitarnos las vendas de los ojos que tanto nos impedían ver.

Aprendimos a aprender.


No basta

La vida no basta con ser vivida. Debemos encararla y no dejar que se nos escape. Cada instante de nuestro respirar no es que no regrese, es que desaparecerá como una mota de polvo en el cosmos para no volver jamás.

Nadar contra corriente, contra nosotros mismos porque, créeme, hará falta. Esto debería ser una batalla. El mayor encuentro personal de nuestra vida, pues no habrá contienda más importante para nuestra persona que la que contra nosotros despleguemos.

Con tacto y comprensión, así como con furia y con pasión. Alcémonos con todo nuestro valor, superemos nuestra pequeñez de una vez por todas, ¡aprendamos a combatir contra nuestra inferioridad como individuos! ¡No basta con simplemente estar ni mucho menos sobrevivir!

Ninguna estrella brillará por sí sola; menos aún si no tiene nada para iluminar. La luz que irradiamos de nada serviría si no es para inspirar ni encender aquéllas que aún están apagadas.

No bastará con un «podría…» o un «quizá algún día…». No debemos permitir caer en la simplicidad de una tenue vida donde la rutina nos domine y no nos deje crear. Inventar un superhombre, empujarnos hacia el continuo éxito, elegir lo que realmente queremos y no cesar en nuestro propósito.

¡Pues no basta la vida con vivirla! Será sinónimo de no vivir si no nos modelamos porque para vivir hará falta algo más que respirar…, y eso es sentir y no dejar de perseguir hasta conseguir ser quien realmente deseamos. Y si antes nunca en nuestro futuro soñamos, es que aún no hemos nacido.

De lo que sí estoy completamente convencido es de que marchitar sin antes siquiera haber florecido será sin duda el mayor error al que nos habremos conducido.

¡No bastará, por tanto, ser sin serlo! ¡Seamos!


No soy

No soy escritor y es ése uno de los motivos por los que me encanta escribir. No me considero tampoco músico aunque pueda hacer sonar de forma agradable un instrumento. Son ya bastantes los años que con la música me comunico, especialmente porque desde siempre me hizo sentir todo tipo de emociones. Recuerdo que también tuve varias épocas en las que componía canciones, pero ello no me hacía compositor.

Precisamente el no ser escritor es una de las cosas que más me gustan: no dependo de nadie ni nadie de mí. No hay razón alguna para tenerle miedo a las palabras, dejando así mismo que jueguen libremente entre ellas, tanto juntas como separadas. Donde el único responsable es el que las lee y las disfruta en su medida y no el que las pudiera pensar o escribir. Es cierto que el autor de las mismas es culpable, ya que fue fruto propio de su cosecha, pero no le temo a nada de lo que escriba. Quizá en un tiempo futuro, cuando mire atrás y me percate de que no fui escritor. Entonces, seguramente, me entenderé.

Me encanta escribir por el simple hecho de no ser escritor, de encontrar aquí un lugar donde poder expresar, sin miedo al qué pudiera ocurrir, lo que desde hace tantísimo tiempo deseaba manifestar. Pude en un pasado experimentar una vida que nadie en su sano juicio elegiría: tantas locuras en tan poco tiempo…, tantas emociones dispares e insanas…, que al borde del caos pude verme. Estaba simplemente aprendiendo a leer y escribir al mismo tiempo. Donde el perdón y la misericordia parecían jugar al escondite cada día. Donde los juegos y sus recuerdos no dibujaban más que una infancia inexistente.

Se me hace complicado hablar en pasado utilizando la primera persona del singular, pues no fui nunca nada o así al menos lo creí; en ocasiones quizá demasiado. Es posible que, al no ser escritor, pueda temblar sin miedo al escribir. O quizá, al no ser escritor, pueda escribir sin miedo al temblor.

No soy escritor y es mismamente el no serlo lo que me da más fuerzas para demostrarme lo equivocado que aún estoy; pero, sobre todo, para demostrarme que aún me falta mucho por conocerme.


A otro nivel

A otro nivel jugamos, donde las miradas giran en torno a un claro entendimiento. Donde la tristeza quedó en una mera ilusión que no consigue hacer sombra a nuestra confianza. Entramos en este mundo sin permiso, donde la claridad no destaca por su presencia. Todo es más bien falto de esencia y tampoco estaría mal algo más de aviso.

Fruto de la memoria, del recuerdo y del olvido. Fruto de nuestra tercera persona y de aquel suceso introvertido. Inesperadamente, a otro nivel pudimos vernos, bajo un precio que se hizo imposible no pagar. Al parecer, predestinados, podríamos pensar, pero el destino es lento y, en ocasiones, realmente esperpéntico. No es siquiera cercano, pero aún así estaremos obligados a ir de por vida con él siempre de la mano.

A otro nivel frente al destino, frente al mundo, frente al camino que algunos escogen ciegamente en su atrevida ignorancia. A otro nivel frente a la misma vida que en nuestro humilde entendimiento aprendimos a discernir de su propia paradoja.

¿Qué es nuestro respirar sino un vaivén de sensaciones no rogadas y un cúmulo de todos y de nadas? ¿A qué nivel estará cada conocimiento sino al que, a nuestro juicio, le otorguemos? A otro nivel entenderemos, mas nunca agradecidos por un final no citado, pero inequívocamente destinados.

A otro nivel, simplemente. Donde las gentes y las mentes vagan en busca de consuelo. Dejó hace tiempo de ser secreto gracias a nuestra real y valerosa sospecha mientras muchos, encerrados en su cosecha, quisieron no darse cuenta de lo obsoleto. De sus errores más que de sus aciertos, donde los recuerdos con preferencias son escasos. Y las calidades de sus estancias quedaron contadas en breves momentos.

Como si nuestro objetivo fuera convertirnos, por encima de todo, en unos profesionales de la vida pasionales, así como racionales; cada cual en su justa medida. Debemos decir ahora sin miedo alguno: «A otro nivel jugamos»; pues somos fruto de la memoria frente al destino en nuestro respirar con otras mentes.


Precisamente

Hay ciertas cosas que aún están mal vistas. Especialmente, temas tabú en un entorno cercano; familiar incluso. Temas delicados a los que nos vemos obligados a tratar con pinzas si no queremos explotar una burbuja que no deja de crecer día tras día en su propia estupidez y sin sentido.

Temas que nacieron sin que, al parecer, nadie se diera cuenta y que al final serán precisamente aquéllos que nos harán cuestionar: «¿Cómo diablos hemos llegado a esto?». Siendo ya demasiado tarde como para deshacer el esperpento, el sin sentido y el caos en lo que ello ha degenerado.

Precisamente por ser un tema tabú es por lo que afecta a nuestro Yo interior. Precisamente porque no somos ni seremos hasta que nos liberemos de todo aquello de lo que queremos ser liberados. Precisamente porque somos nuestros verdaderos dioses y deberíamos amar nuestra vida, así como su continua mejora. Aprendimos a no callar cuando en la normalidad la gente calla; a procurar no limitarnos por los temas tabúes, especialmente por los más delicados.

Y es que en nuestra pasión tendemos a ser creativos, a buscar los límites de nuestras creaciones y, cómo no, a ser nosotros mismos. Es precisamente por ello por lo que escribimos no sólo sobre nuestros pensamientos, sino con ellos, dejando nuestra mente libre en su total albedrío.

Podríamos estar más o menos acertados en algún tema y, por supuesto, equivocados en otros. Como ya deberíamos saber, nuestra mente no es ninguna caja de verdades absolutas. Más bien, debería estar repleta de auténticas y sinceras realidades donde el conocimiento rebose en un mar inquieto y esté sostenido por los pilares del viento y la marea. Donde la objetividad no tenga por qué despegarse del ánimo, ni nuestra existencia del deseo. Donde nuestros argumentos sean tan amplios que cuesten de creer, pero no por falta de argumentos, sino por su increíble conexión entre ellos mismos.

Es precisamente por todo esto: porque podemos y debemos equivocarnos. Nacimos sin aviso y sin permiso. Vivamos justamente aquello que de verdad quisimos y queremos. Muramos pues sin miedo a haber vivido.


Dice mucho de ti

Quizá estéis en lo cierto, quizá estéis equivocados. Quizá todo lo que creáis sea acertado o quizá todo sea más bien falso sin distinción alguna de cuentos. Lo que sí será siempre evidente es que dirá mucho sobre vosotros todo lo que a fe ciega practiquéis.

Más allá de ser pragmático, de ser realista y de concebir nuestra realidad como algo tangible donde el disfrute y el éxito en conocernos estén ligados en la misma. Más allá de ser nosotros, de ser pensadores y de saborear nuestro sentido como lo más importante en nuestra vida, donde el placer resida principalmente en las acciones, así como en las decisiones que tomemos.

Dirá mucho de vosotros, los que, asustados por miedo a vuestra persona, os escondéis. Miedo a lo desconocido: a vosotros mismos me refiero.

¿De qué os sirve ocultaros esperando tener razón alguna en aquello que no es evidente? ¿De qué os sirve creer ciegamente en aquello que no os alza como superhombres, sino que más bien os empequeñece y os insulta en vuestra grandeza?

¡Despertad, os digo! Aquéllos que aún dormís o que dormiréis no entraréis en la grandeza de la sabiduría, no mereceréis vuestro sentido y no seréis dichosos. A aquéllos que dormisteis, pero despertasteis, yo os os doy mi enhorabuena porque vosotros conoceréis vuestro verdadero sentido y disfrutaréis de él, de ser vosotros realmente, todo cuanto merezcáis.

Quizá sea cierto, quizá no. Quizá estemos equivocados, quizá no. Las normas de nuestro juego no deben quedar dictadas más que por nosotros y nuestra experiencia.

A aquéllos que estáis despiertos, a vosotros os escribo. Nunca olvidéis que seréis lo que digáis y diréis todo cuanto seáis. ¡Sed sin miedo!


Caprichoso destino

Me encanta vestir con distintas prendas a los folios aún vírgenes, donde no hay cabida para el miedo y el coraje se vuelve todavía más atrevido. Jugando a ser nosotros mismos, a sentirnos vivos y conscientes de nuestro propio ser y de nuestro Yo, así como de nuestra sonrisa.

Disfrutar cada mañana como si fuera la última. Crecer cada minuto imaginando nuestra insistente evolución, aferrada a nuestra persona y donde los instantes se vuelven efímeras experiencias para acabar transformándose en un todo lleno de sensaciones.

Intuir en cada momento, quietos y en movimiento, lo que al azar le cuesta en ocasiones reconocer: sus instantes en el tiempo. El azar no es más que la probabilidad de que algo posible suceda, haciéndonos partícipes de ello en la medida que nosotros hayamos fijado.

Me encanta la diversidad, así como el coraje que tiene el destino inexistente de hacerse presente cuando menos lo esperamos. En nuestra inmensidad como en nuestra persona. No ser más que fugaces experiencias en el tiempo que marchitarán tarde o temprano.

En nuestra pequeñez se encuentra nuestra grandeza: el poder de nuestra evolución y de nuestro propio cambio, así como de adaptación. Eso es lo que verdaderamente nos debería apasionar de todo esto: nuestra constante en la vida junto al caprichoso e inexistente destino.

La trayectoria de nuestra suerte será en sí misma una paradoja donde el tiempo será el único juez que a todos, sin distinción, nos iguale.

No vivamos aspirando a soñar con que algún día alcanzaremos la vida que nos pertenece; vivamos la vida que en antaño soñamos, sin miedo al ausente, ocurrente e inexistente destino.

book-chapter